Los Armaos

Alto Guadalquivir año 1989

“LOS ARMAOS”

 

Ya está Jesús en el arco

a las tres de la mañana,

esperando los romanos

que le toquen la “diana”

(Saeta popular)

 

I

 

Son los “armaos”, en las viejas Semanas Santas de los pueblos andaluces, institutos tradicionales que dan tono, sabor y sonido a sus más venerables cofradías, escoltando a los “pasos” para marcarles el ritmo típico de sus costaleros.

Y hay más de dos siglos y medio de su constancia y asistencia a las procesiones de solera que hacen estación de penitencia en Jaén.

Sus albores los encontramos en las cuentas de la Soledad y Santo Entierro, cuando dicen, en 1737, que a Juan Pinto, que era la persona a cuyo cargo estaban los armados, se le diesen cincuenta reales de ayuda de costa.

La falta de medios y el deterioro por el tiempo, debieron ajar tanto su indumentaria que setenta años después el gobernador de la Cofradía de Jesús Nazareno, don Luís de Albar, hizo presente, en febrero de 1807, que “le parecía regular se quitase la asistencia de los armados a la procesión, pues además de no ser precisa para cosa alguna, habían querido atribuirse en años anteriores un derecho suficiente hasta causar una conmoción y alboroto en 1806 con los individuos de la cofradía. Concurrieron, además, la poca reverencia que se advierte en los trajes indecentes e irrisibles con que van vestidos”.

Para precaver estas dificultades, se acordó por la cofradía suprimir la asistencia de los armados tanto por aquel año como en los sucesivos.

Pero una Semana Santa sin armados carecía del sabor clásico que la costumbre infiltra en el conjunto armonioso de las procesiones. Y los armados volvieron con su marcialidad, más o menos afectada, a escoltar los devotos “pasos” de la procesión con que amanece el Viernes Santo de Jaén; con sus arrogancias y sus imposiciones de fingida milicia. Y hasta el secretario de la cofradía de Jesús, don Juan José María de Aponte, llevaba la bandera del Senatus propia de la centuria romana.

Hasta que en la procesión de 1832 se promovieron nuevos y graves incidentes, con el disgusto propio del gobernador de la hermandad, don Lorenzo de Bonilla y Sanz. Iba en dicha procesión un ministro del Tribunal Civil, incorporado junto a los célebres armados, que al discurrir por ciertos sitios les voceaban los muchachos o mozos que presenciaban el cortejo e incluso tiraban piedras al llamado “Piloncho”, para salpicarles de agua. Molesto el magistrado, citó ante el señor corregidor a los padres de los muchachos alborotadores, exigiéndolos una multa.

Por otra parte, cierta razón llevaban los mozalbetes con sus chungas, pues los “armaos” se presentaban como hacía veinticinco años o peor, con trajes tan “indecentes y risibles” que causaban más bien burla que objeto de devoción, siendo prudente que no se permitiese su asistencia para evitar mayores escándalos e irreverencias.

Así se acordó desde 1833, e incluso que el secretario no sacase la bandera del Senatus.

Acabaron, pues, por extinguirse aquellos antiguos armados con tradición de más de un siglo. Pero su ausencia en la procesión se echaba siempre de menos, y para sustituirlos, el secretario de la cofradía de Jesús, don Joaquín Jauret, fundó, en 5 de mayo de 1867, una cohorte de soldados romanos que desfilaron por primera vez el Viernes Santo 10 de abril de 1868, acompañando al Nazareno en su estación por las calles de Jaén.

Estos nuevos soldados romanos continuaron figurando en la procesión, aunque con alguna intermitencia, debido a incidentes que su arrogancia y pasión de mando promovieron por querer incluso sustituir en el desfile a la Guardia Civil.

 

II

 

Esta fue la causa de que en marzo de 1890 don Tomás Cobo Renedo fundase la llamada “Congregación de Soldados Romanos”, con un lujo y vistosidad insólita, cuyos estatutos de 22 de abril fueron aprobados por el señor obispo en 6 de febrero del año siguiente de 1891. Según los mismos, estos romanos estaban incorporados a la Real Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, a la del Santo Sepulcro y a la recién creada del Cristo de la Expiración, a cambio de que sus miembros gozasen ciertas exenciones y ventajas, como eran que se les dispensase la cuota de entrada, se les inscribiesen cual cofrades y se les reconociera el derecho de ser siempre los que habían de escoltar a las imágenes titulares de las tres hermandades.

El vestuario de la nueva Centuria de soldados romanos estaba inspirada en los de la cofradía sevillana de la Macarena, muy teatrales en el gusto romántico de la época, con cascos de visera y grandes plumas de avestruz, tirabuzones, capas recamadas o de raso brillante en verde y encarnado, o azules para el Santo Entierro, borlas de oro, puños de encaje, cordones de seda, alabardas doradas, cornetas y tambores, bandera del Senatus (o S.P.Q.R.), medias rosa y botines de panilla bordada con flecos de oro. El más impresionante de todos, por su gran cimera de plumas de colores y uniforme de fantasía, era el capitán y fundador, don Tomás Cobo Renedo, que, ostentando una espada de mando muy labrada y llamativa, iba al frente de la Centuria.

Una de sus primeras iniciativas fue abrir, en 1890, una suscripción, de escasos resultados, para regalar a la cofradía de Jesús una escultura del Cirineo donada por los soldados romanos en 7 de febrero de 1892, con cuyo motivo hubo que alargar en 1894 la cruz de palosanto del Nazareno en noventa centímetros.

En marzo de 1892, se formó una sección de caballería con clámides púrpura de raso reluciente con un lazo negro al hombro si alguno de los romanos tenía luto, y puños de metal dorado. Llevaba un pequeño lábaro o “Senatus” con las iniciales S.P.Q.R. o “Senatus populos-que romanus (El Senado y el pueblo romano), y despejaban calle al frente de la procesión, sirviendo de anuncio sus toques floreados de vibrantes cornetas.

Los soldados romanos visitaban en corporación los Sagrarios durante la mañana del Jueves Santo, y por parejas daban guardia de honor a los monumentos de ciertas iglesias.

Pero todavía el año 1910 hubo como un resurgimiento de los antiguos armados que fundó Jauret en 1867. Se trataba de la Escuadra Romana llamada de Nuestro Padre Jesús Nazareno, pintoresca agrupación de reducidos elementos con modestos uniformes de túnicas blancas y franjas horizontales moradas y doradas; flecos de oro, manguitos y cinturones de terciopelo violeta. Los yelmos de latón dorado tenían sus celadas que solían llevar caladas para producir mayor efecto o sensación. Yelmos de los que colgaban por detrás ciertas colas de caballo en crines también moradas. Y sujetas al codo izquierdo, pequeñas rodelas circulares. Eran conocidos por “Los Zorzales”, debido a que solían ser ladrones profesionales de aceituna muy conocidos de la Benemérita. Su desfile era afectado y petulante, dando lugar a múltiples incidentes con las cofradías por su exceso de celo y ansías de autoridad y mando durante las procesiones. Su vida fue efímera y no pasaría mucho de los veinte años.

En cuanto a la Congregación de los Soldados Romanos de don Tomás Cobo, con el transcurso del tiempo se simplificaron sus trajes y acabaron integrándose en la Agrupación de Cofradías a la que hoy pertenecen.

Los soldados romanos son, pues, una tradición fija y constante en la Semana Santa de Jaén, sal y gracia de sus procesiones, sin cuyo aliño perderían su encanto particular.

Los oímos ensayar en las noches de febrero y marzo, allá en los confines de la ciudad, como preludio de la Semana Santa; como recuerdo de otras tantas pasadas por nuestra niñez y juventud que nos dejaron su paso de nostalgias inolvidables.

Nos asomamos al balcón a verlos desfilar cuando se dirigen con paso marcial y apresurado hacía las parroquias de donde salen las procesiones, como invitándonos a partir corriendo Detrás de ellos para ver las emocionantes salidas; o los sentimos regresar a sus cuarteles desconocidos cuando ya los “pasos” se han encerrado y los penitentes vuelven tarde y cansados de la estación.

Queridos soldados romanos. No faltéis nunca a la cita primaveral de la pasión y muerte de Nuestro Señor; escoltadle siempre con vuestras alabardas y marcarles el paso a los costaleros con los clarines y tambores.

Vosotros sois como un grito, como una visión a todo color de juventud militante, de música y de fervor perenne detrás de nuestros Cristos, ofreciendo los lanzazos de vuestros clarines cuando las saetas se apagan a los pies desnudos del Redentor. Y si os decimos ¡adiós!, ¡adiós! en la última procesión, que sea también con la esperanza puesta en que volveréis el año que viene, que volveréis por siempre jamás a poner esa fimbria, esa orilla dorada a los grandes días pasionistas de nuestra inefable Semana Santa de Jaén.

 

Rafael ORTEGA SAGRISTA

Del Instituto de Estudios Giennenses

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